La obra muestra a un Cupido desnudo, representado como un niño que parece estar resbalando desde el borde de una cama para caer sobre una serie de objetos que pisotea sin ni siquiera mirarlos: la música, las armas, los libros… nada resulta atractivo ante el poder del Amor. Realmente estos objetos son emblemas de todos los esfuerzos humanos – el violín y el laúd, la armadura, la corona, la escuadra y el compás, la pluma y el manuscrito, las hojas de laurel, y un mundo astral, enredado y pisoteado por Cupido.
El muchacho escogido por Caravaggio para posar como el Amor resulta un pilluelo de la calle, del que no se oculta su condición; es una persona que podríamos reconocer fácilmente. Tal vez el pintor quería dar a entender la presencia de este dios en cualquier manifestación humana.
Un manuscrito musical en el suelo muestra una gran «V», por lo cual se ha sugerido también que la imagen es una referencia codificada a los logros de Vincenzo Giustiniani: su familia gobernó Chios (hasta la captura de la isla por los turcos) en 1622 (por eso la corona); el marqués también escribió acerca de la música y la pintura (lápiz, manuscritos e instrumentos musicales), y participó en la construcción de un imponente palacio nuevo (instrumentos geométricos), estudió astronomía (esfera astral), y fue elogiado por su valor militar (armadura). Por tanto, ¿Qué nos puede querer decir la simbología? Que Vincenzo lo conquista todo.
La pintura personifica la línea de Virgilio en su obra “Bucólicas”: “Omnia vincit Amor et nos cedamus amori” («El amor lo conquista todo, y también nosotros nos rendimos al amor»).
Pero, ¿de dónde ha podido tomar Caravaggio la iconografía de Cupido a la hora de realizar esta obra?
Ciertamente Cupido es dios del amor, que en época tardía adquirió una personalidad subordinada a Afrodita. Sócrates dijo: “Eros fue concebido por Poros y Penia y por esto Eros es compañero y escudero de Afrodita, por haber sido engendrado en la fiesta de su nacimiento, y por ser por naturaleza un amante de lo bello, puesto que también Afrodita es bella”. Algunas fuentes nos hablan de Cupido (Eros) como hijo de Poros y Penia, mientras que otras fuentes afirman que es hijo de Venus y Marte.
Si nos remontamos a la Antigüedad, Safo de Lesbos a principios del siglo VI a.C. empezó a hablar de Eros como de un dios “bajado del cielo, vestido con clámide púrpura, hijo de Afrodita”, y lo definió como “pequeña bestia dulce y amarga contra la que no hay quien se defienda”, pues “es capaz de sacudir los sentidos como el viento en los montes se abate sobre las encinas”.
Hesíodo, en la Teogonía, también se refiere a Cupido, diciendo: “Eros es el más bello de los dioses inmortales”.
Sin embargo, ¿qué iconografía pudo tener Cupido en la Antigüedad? Por ser una mera personificación del amor, Eros (Cupido) carece de mitología propiamente dicha.
La iconografía de esta deidad se inicia, tal como la conocemos, a mediados del siglo VI a.C.: es la definición de Safo la que se impone por doquier: aparece un joven alado, delicado y rubio, que acompaña a Afrodita, remonta el vuelo y puede desdoblarse en varios Erotes, porque son diversas las manifestaciones del amor.
Pero a principios del siglo IV a.C. se complica la imagen, al plantearse la edad del dios. Praxíteles (s. V a.C.) y Lisipo (s. IV a.C.) son de los primeros que abordan las formas de la adolescencia, inspirados en la idea de que el dios es el patrono del erotismo homosexual: de ahí que Praxíteles quiera expresar su delicadeza andrógina, resaltada por Platón.
Al llegar el Helenismo se reduce la edad del dios a un niño de 3 o 4 años, alegre, juguetón, armado con arco y flechas, alado y predispuesto a ejercer su puntería sobre los mortales más inadvertidos; es así como comienza las representaciones del grupo de Erotes diminutos, incluso pierden sus alas para convertirse en simples puttis.
Sus atributos hasta este momento son los que encontramos habitualmente en las representaciones de este dios: alas, que lo hacen imprevisible y volátil; arco y flechas, símbolo del enamoramiento súbito. Aunque a veces también encontramos una antorcha, que inflama los corazones; látigos o pinchos por el amor no correspondido, etc.
En Roma se recibió al dios griego como un mero atributo de Afrodita (s. V a.C.), y dándole un nombre convencional: la palabra femenina cupido (‘deseo’, ‘pasión’) pasó a convertirse en un nombre propio masculino, para designar al joven alado. Nunca alcanzó en Roma el nivel de un dios independiente con culto propio, por lo que apenas se le dedicaron imágenes, sin embargo, su papel poético fue insoslayable.
No obstante, la representación de Cupido siguió dando que hablar, pues aunque no era un dios aceptado por los moralistas paleocristianos, (ya que vieron en él un ser negativo, símbolo de las bajas pasiones) su iconografía no desapareció: los amorcillos siguieron revoloteando convertidos en elementos de decoración.
Desde el Trecento se desarrolló en Italia una imagen más próxima a la tradición romana, donde a un niño alado, a menudo con vendas en los ojos y corona de rosas. Es interesante que Cupido aparezca con los ojos vendados. Según Pico Della Mirandola (s. XV): “el amor es ciego porque está por encima de la inteligencia”, es por eso que en muchas representaciones aparece con los ojos vendados o bien cerrados, pero en la “Genealogía de los dioses” Boccaccio (s. XIV) describe a este dios con los ojos vendados, pero no ciego, y con pezuñas de grifo en vez de pies.
En cambio, el Quattrocento unifica criterios: el Amor cantado por Petrarca (s. XIV) y otros poetas del primer Renacimiento había de recuperarse en toda su pureza las formas del antiguo Eros con sus variantes de edad. La iconografía del Cupido adolescente y del Cupido niño se fue imponiendo a lo largo del siglo XV.
En los siglos siguientes, poco más pudo hacerse que abordar iconografía de la Antigüedad, y nadie ignora que esta recuperación generalizada se ha mantenido sin variaciones hasta hoy.
Pero la imagen del Eros vencedor supera con mucho el éxito de un amor concreto: Cupido, a través de su victoria, recupera en el Renacimiento un papel próximo al que le había dado Hesíodo en la marcha del cosmos. De ahí que la idea de su triunfo se imponga a través de los versos de Petrarca:
“Cuatro caballos vi que iban llevando
sobre un carro de fuego un mozo crudo
que un arco y muchas flechas va mostrando,
que atraviesan yelmo y fuerte escudo;
dos alas de grandeza muy extraña
y mil colores; lo demás, desnudo.
Llevaba alrededor muy gran compaña
de presos y de muertos de su mano,
con otros que su flecha hiere y daña”
(Triunfo del Amor, I, 22-30)
Se comprende que esta imagen inspirase a diversos artistas, y que su espíritu se mantuviese en obras más sencillas, en las que sólo aparece el dios triunfante, como en esta espléndida obra de Caravaggio.
Como conclusión, Safo de Lesbos fue la primera en hablarnos de Cupido, pero a lo largo de la Antigüedad son muchos los autores que abordan este tema, y a partir del Medievo y sobre todo en el Renacimiento es cuando se asienta la imagen de Cupido (Eros), llegando hasta nuestros días como una deidad fácilmente de reconocer por todos, e incluso llegando a ser un argumento muy recurrido en numerosas obras, tanto mitológicas como religiosas (representado por los putti).
Podemos decir que la iconografía de Eros ha sido cambiante, pero siempre ha mantenido su esencia, esencia que vemos en esta obra de Caravaggio: una deidad encarnada por un cuerpo masculino, joven, alado, con flechas en su mano derecha. Aquí no acompaña a Afrodita, no está subordinado a ella ni a nadie, porque es un Cupido vencedor, victorioso, que nos muestra su éxito y pisotea todo lo que considera que está por debajo de él, todo lo mundano, es por eso que los dioses normalmente le dan un honor especial al amor y a la valentía que viene de él.